A la Química la vemos, la utilizamos, la sentimos y la vivimos todos los días. Nuestras actividades cotidianas están sumergidas en química, empleando procesos básicos y complejos, siempre, en todo momento.
Cada mañana, nuestro ritual favorito, está marcado fundamentalmente por un proceso químico interesante. Para los amantes del café, es interesante conocer la química envuelta en nuestras tazas de café. Existen varios métodos, equipos y materiales que se utilizan para preparar el café, dependiendo de lo que nos gusta.
Se comienza desde la molienda de los granos de café, los cuales pueden ser pulidos en distintos tamaños, según la granulometría deseada. Sucesivamente, se debe buscar una óptima fuente de calor para llevar el agua a su punto de ebullición (100°C); en paralelo, se construye el equipo de filtrado, el cual simplemente consta de: filtro (papel, metal, textil, etc), cono y contenedor final. Es importante proporcionar correctamente la cantidad de café y el volumen de agua; algunas personas prefieren 10:100- es decir, por cada 100 ml de agua se deben agregar 10 g de café (si se prefiere café intenso, se pueden variar las cantidades, buscando de mantener las proporciones). Con el equipo de destilación instalado y la molienda de café lista, simplemente se agrega el agua hervida en la parte superior, de manera pausada para que, por efetos de la gravedad, las partículas de los granos de café interactúen de manera eficiente con el agua y se produzca un efluente puro (sin residuos de grano de café).
Para los amantes del café amargo, el efluente antes descrito basta para comenzar el día; mientras que para aquellas personas que gustan del dulce, basta cambiar el sabor del café con sacarosa, creando una mezcla homogénea (efluente de café y azúcar). Es de esta manera, como químicamente, para los amantes de café filtrado, comienza nuestro ritual matutino.